
Cuando esto sucede la familia va a cumplir el sueño del difunto: llevar las cenizas del abuelo al lugar donde nació.
En procesión van desfilando todos los familiares hacía la orilla del pantano y cada uno va dando rienda suelta a sus reflexiones y pensamientos sobre el fallecido y sobre la situación que le tocó vivir.
Desde su mujer, pasando por sus hijos, nueras, yernos, nietos, novia de un nieto, todos van dejando su impronta a modo de recordatorio como si escribieran en un libro de condolencias en el funeral.
Cada uno expresa su opinión, su relación con el fallecido y comprenden a su manera el calvario que pasó Domingo por cambiar de "escenario" en mitad de su vida. Más afines su mujer e hijos y más alejados en la comprensión los de la tercera generación.
Salen a relucir las diferencias y rencillas que hay entre los distintos componentes de la familia y los lamentos que llegan tarde: "teníamos que haberlos visitado más a menudo" "nunca les expresé mis sentimientos hacía ellos".
Uno de los de la tercera generación apostilla con una frase que engloba a todas las personas que han sufrido el desarraigo; "Gentes que miran hacía el pasado en vez de mirar al futuro".
Al igual que en La Lluvia amarilla hay ausencia total de diálogos, personajes de ficción en un escenario real y el protagonista es un muerto, en el caso del personaje de Ainielle es él mismo el que relata su vida y en esta narración son los demás los que cuentan su vida.
Maravilloso y emotivo relato de Julio Llamazares narrado de manera original. Ha sabido encajar de manera sabia el tema de la despoblación y la emigración forzosa en medio de una sinopsis de familia.