
El pueblo de El Atance lamentablemente hoy día no existe. La construcción de un pantano que lleva su nombre se lo llevó por delante.
Constaba de unas 30 viviendas, además de iglesia, ayuntamiento, escuela, molino y la ermita de Nuestra Señora de la Soledad.
Se dedicaban al cultivo de trigo, centeno, cebada y garbanzos principalmente en lo relativo a la agricultura y al ganado lanar y caprino en lo referente a ganadería.
Además se cortaba leña de encina que se vendía a unas gentes de Sigüenza que venían a por ella y que posteriormente se usaba para las calefacciones.
La mayoría de las casas tenía su horno particular. Se encontraba en la cocina y se hacía pan cada diez o doce días, no se ponía duro porque se guardaba en la despensa, el cuarto más oscuro y a la vez más fresco.
Para moler el grano había molino en el pueblo siendo este de varios propietarios. Además había otro molino en Huermeces del Cerro.
A las gentes de El Atance se les conocía con el apodo de "escarabajos".
Arroyo Valderilla
Cantaperdiz
El Alto de Soriela
El Berniejo
El Portacho
El Sacejo
Fuente de los Fabriqueros
Fuente Valdeguilera
La Culebra
La Losa
La Majada de Chorrón
La Serrezuela
Loma de los Canteros
Los Guillamares
Los Horcajuelos
Navavieja
Peña Chiría
Valdespinoso
Valdichabueno
**Son algunos topónimos de lugares comunes de El Atance que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**
Tenían las fiestas patronales el 13 de noviembre dedicadas a San Diego de Alcalá, patrón del pueblo.
Se hacían cuatro días de fiesta. El dia anterior a las ocho de la tarde se cantaban las vísperas al Santo en la iglesia.
El primer día de fiesta, a las 12 horas se decía la misa solemne, presidida por el párroco y dos sacerdotes, cantada con el sacristán y tocada con el órgano por Felipe Blanco Moreno. Cuando el sacerdote estaba diciendo el acto de consagración los músicos tocaban el Himno nacional.
Terminada la misa se salía en procesión con el Santo, la cruz y el estandarte, los monaguillos con los ciriales y el prioste con la insignia del Santo. Por las calles del pueblo durante el trayecto se tiraban cohetes a su paso, al tiempo que los músicos iban tocando y se volteaban las campanas.
Los músicos venían del pueblo de Palazuelos, encabezados por Francisco "el tío Paquillo" a la guitarra, contando además con violín y acordeón. Se les daba alojamiento y comida en las casas donde había mozos varones por turno rotatorio.
Al respecto de los músicos ocurrió una anécdota muy curiosa en el año 1912. Llegada las fechas de las fiestas discutieron los mozos y se formaron dos cuadrillas, cada uno ajustó sus músicos. Tuvo que intervenir el alcalde y echar a suertes cual de las dos rondallas se quedaba y cual se iba porque con las dos tocando a la vez y en el mismo salón hubiese sido imposible escuchar la música. Ni que decir tiene que la que le tocó marcharse se fue tan contenta porque cobró y no tuvo que actuar.
En la comida para compartir en esos días con familiares y amigos era costumbre matar un cordero o una oveja machorra que previamente se la había tenido en la paridera durante dos meses comiendo grano para que engordase hasta el día de la fiesta. Tampoco faltaba a la mesa la paella, el pescado, los pichones escabechados, etc.
Por la tarde después de comer, a eso de las cinco de la tarde se salía con los músicos de ronda por las calles tocando y cantando jotas aragonesas para que la gente y las mozas supiesen que ya iba a empezar el baile y se abría el salón del ayuntamiento. Salón que era bastante amplio y espacioso, no había otro parecido en los pueblos de alrededor. Baile que se hacía hasta las diez de la noche, momento en que se paraba para ir a cenar y a continuación más baile hasta las cuatro de la madrugada.
La juventud de Santiuste, Huermeces del Cerro, Viana, Santamera, La Olmeda de Jadraque, Carabías y Palazuelos no faltaban a estas fiestas, a todos se les daba cobijo y nadie se quedaba sin cenar.
El segundo día empezaba a las once de la mañana con una misa de difuntos, después ronda por las calles y baile en el salón hasta las tres de la tarde, hora en que se paraba para ir a comer. A las cinco de la tarde reanudación del baile, los mayores algunos se quedaban en casa jugando a las cartas y otros se acercaban al salón a ver bailar sentándose en los bancos que había contorneando la sala, entre los mayores había algunos que se animaban a echar unos bailes. Se paraba para cenar y después nuevamente baile hasta las dos de la madrugada, esta última sesión ya eran los jóvenes solamente los que asistían.
El 15 y 16 de agosto también se celebraba fiesta en El Atance. La primera fecha en honor a la Virgen de Agosto, se celebraba una misa, después juego de pelota y por la noche se hacía la quema de "votos", alpargatas viejas y alguna rueda, era una tradición muy antigua, según la gente mayor para quemar malos augurios.
El 16 le tocaba el turno a San Roque. Se decía misa solemne, se sacaba el Santo en procesión a la vez que se tiraban cohetes y se volteaban las campanas. Por la tarde se daba un vino para todos pagado por el Ayuntamiento y se subastaban los pollos, pichones, conejos, etc que habían sido expuestos en misa en las andas del Santo. Se terminaba con baile.
Otras fiestas de menor importancia eran el 3 de mayo- La Santa Cruz-, el 9 de mayo -San Gregorio con la bendición de los campos- el 15 de mayo -San Isidro-. el 22 de Mayo -Santa Quiteria- o la víspera de la Ascensión en que acudía casi todo el pueblo en caballería portando el estandarte y la cruz procesional a la romería de la Virgen de la Torre en Riofrio del Llano.
Hubo cura residente en El Atance hasta el año 1966, siendo don Francisco el último en vivir allí de forma permanente (este párroco fue el que más tiempo estuvo de manera continua en El Atance durante el siglo XX: 19 años). Llevaba también el pueblo de Santiuste a donde se desplazaba en caballería, le precedió en la misma tarea de llevar los dos pueblos don Cesáreo, y anteriormente fueron don Honorio, don Victoriano y don Julián los que oficiaban todos los actos religiosos (estos se dedicaban en exclusiva a El Atance).
A partir de 1966 los sacerdotes venían desde Sigüenza a oficiar la misa en El Atance, siendo don Gabriel, don Francisco o don Emilio alguno de los citados.
El médico residía en Huermeces del Cerro. Don Gabriel fue durante la década de los cuarenta el encargado de visitar a los enfermos en El Atance, lo hacía montado en caballo, posteriormente fue don Nicomedes y luego don José María (estos ya iban en bicicleta o en coche). A partir de 1960 ya hacían la visita en coche desde Sigüenza, siendo don Rafael el que realizó tal cometido durante bastantes años.
El cartero (Félix) residía en Huermeces del Cerro. Todos los días tenía que estar en Baides a las siete de la mañana para recoger el correo que llegaba en el tren. Después volvía a su pueblo a seleccionar la correspondencia para posteriormente repartirla además de en Huermeces, en El Atance, Santiuste y Viana de Jadraque. Trayecto que hacía en caballería y más tarde en bicicleta.
Posteriormente cogió el servicio de cartería Julián Bernardo, este ya solo repartía en El Atance y Santiuste, estuvo hasta principios de los 90 haciendo el servicio diariamente excepto los domingos montado en una bicicleta.
El pueblo se auto-abastecía casi por completo con lo que producía (pan, patatas, judías, garbanzos, ajos, cebollas, tomate, lechuga, leche, huevos y por descontado la carne que salía de la matanza del cerdo y de algún pollo u oveja que se mataba de vez en cuando) pero aun así había productos básicos que había que ir a buscarlos fuera como era aceite, azúcar, arroz, pescado, vino, etc, para lo cual se desplazaban a Sigüenza, normalmente los miércoles y sábados que eran días de mercado.
Para completar el abastecimiento llegaban cada quince o veinte días a El Atance vendedores ambulantes como el tío Dionisio de La Olmeda de Jadraque, el "Pitin" de Riosalido, Crescencia de Huermeces del Cerro o Casimira y Carmen que llegaban de Baides, todos ellos se desplazaban con caballerías y solían llevar productos parecidos, además de telas y ropas de todas clases.
Entretenimientos en los ratos libres no había muchos pero con poco les bastaba a los atancinos para "matar" el tiempo de ocio. Se jugaba a la pelota, para lo cual había un magnifico frontón a dos caras, aunque solo se jugaba por un lado. Era costumbre por parte de los jóvenes de echar la partida de pelota todos los domingos y festivos después de la misa hasta la hora de comer. Los mayores, unos se quedaban viendo el partido de pelota y otros iban al salón del ayuntamiento a jugar a las cartas. Las mujeres también acudían por las tardes a dicho salón a jugar a las cartas.
Tampoco faltaba el juego de tiro de barra, donde la fuerza y la maña tenían mucha importancia, había mozos como Rufino que eran especialistas en este juego.
Anteriormente parece ser que también se practicaba el juego de bolos.
Los domingos y festivos por la tarde se hacía baile, si hacía buen tiempo en la plaza y si hacía malo o llovía en el salón del ayuntamiento. Los músicos eran los mismos mozos que se iban turnando para tocar y así poder bailar. Todos de alguna manera tocaban el acordeón, violín, laúd, bandurria o guitarra. Antes de hacer el baile se rondaba por las calles del pueblo tocando y cantando la jota aragonesa. Se hacían paradas en las esquinas para echar un trago de vino y cantarles a las mozas cantares de jota:
"Dicen que El Atance es feo
porque no tiene balcones
pero tiene unas mocitas
que roban los corazones".
"Por Carabias sale el sol
por Palazuelos la luna
por las calles de El Atance
sale toda la hermosura".
"Buenas chicas hay en Huermeces
mejor en Utande
pero se llevan la palma
las mocitas de El Atance",
"Niña si estas acostada
abre el balcón de tu casa
que me voy a confesar
junto al mayo de la plaza".
"Quítate de la ventana
no me seas veinteañera
que las damas de ventana
no sale ninguna buena".
El proyecto de construcción del pantano desanimó mucho a la gente, todo se vivía con mucha incertidumbre, no se invertía en mejoras y la gente fue buscando acomodo en las grandes ciudades con gran pena pero con resignación por la desaparición del pueblo donde nacieron (aunque en estas fechas muchos ya habían emigrado buscando una mejor calidad de vida).
Los atancinos marcharon principalmente a Sigüenza, Guadalajara y Madrid.
En 1996 se inició la construcción de la presa dando fin a la vida de este pueblo.
Rufo y su mujer Pilar tuvieron el honor de ser los últimos de El Atance donde aguantaron hasta el final.
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Informante: Antiguo vecino de El Atance (Conversación mantenida por correo electrónico por medio de terceras personas).
Otra fuente de información: Los topónimos están extraidos del libro Serranía de Guadalajara- despoblados, expropiados, abandonados.
Visitas realizadas en noviembre de 1992 y en septiembre de 2020.
Punto y aparte. Conocí a Rufo, el último de El Atance en un día otoñal del lejano año de 1992 cuando ya el pueblo daba sus últimos estertores de vida y estaba sentenciado a desaparecer de la faz de la tierra. Incluso por aquel entonces en los mapas que se diseñaban ya salía dibujado el pantano con el nombre de El Atance en sustitución del pueblo al cual iba a sepultar y le iba a robar hasta el nombre.
Se anticiparon a los hechos porque el embalse todavía no se había empezado a construir y el pueblo estaba vivito y coleando. Aunque era algo anunciado y estaba cantado que a El Atance le quedaban pocos años de vida.
Con Rufo compartí un buen rato de conversación e incluso le llevé en mi coche hasta Sigüenza donde tenía que hacer algunas gestiones. Le había fallado la persona que le iba a recoger y ante ese imprevisto recurrió al forastero que esa mañana estaba visitando el pueblo para ver si le podía hacer el favor de llevarle a la capital comarcal.
En aquellos años no era consciente del todo de que estaba ante el último habitante de un pueblo que en pocos años iba a ser demolido, que ya no quedaría piedra alguna y que desaparecería con ello toda una cultura, unas costumbres y unos modos de vida ininterrumpidos durante siglos.
Me contó muchas cosas del pueblo pero casi todas en presente y en futuro. De como todavía iba gente en verano a pasar unos días al pueblo, de como los anticuarios y chatarreros se presentaban a menudo por allí para hacer de las suyas y llevarse todo lo que pudieran, del dolor emocional que causaba el tener que dejar todo lo que había sido su vida desde siempre.
No hablamos mucho del pasado, solo cosas superficiales sobre las casas, las fiestas o los desplazamientos a comprar a Sigüenza. Pero no ahondé mucho más en saber cosas de antaño de El Atance porque todavía en ese tiempo no me había embarcado en la tarea de recuperar la memoria de estos pueblos. Algo que lamenté años después porque tuve ante mí al último eslabón que hacia que El Atance no figurara todavía como pueblo totalmente deshabitado.
¡Cuantas cosas me habría contado si yo hubiera estado más sagaz!
Con la visita aquella mañana otoñal del 92 acabó mi contacto con El Atance vivo.
No ha sido hasta otra mañana otoñal, pero veintiocho años después (2020) cuando he tenido un nuevo contacto con el pueblo, pero esta vez ya con El Atance muerto.
Según me voy acercando veo a lo lejos a orillas del pantano un grupo de edificaciones que en la lejanía dan la impresión de ser un pequeño pueblo, pero no, es todo lo que queda de el antiguo pueblo de El Atance: la ermita, pajares, corrales y palomares. Es lo que se salvó de las fauces depredadoras de las aguas que supuestamente vinieron a dar bienestar a otros lugares, pero a costa de llevarse por delante un pueblo tan bonito como era este de El Atance.
Llego hasta la ermita, pequeña pero hermosa, en estado ruinoso y con serios problemas de mantener toda su estructura, el tejado ya esta agujereado y las paredes también presentan algunas grietas. Sencilla, con una bonita estructura de madera en el techo, una hornacina, parte de la mesa del altar y dos piezas de madera incrustadas en la pared que antaño darían soporte a alguna estructura es lo que da de si su interior.
Salgo al exterior y en ese momento pasan un grupo de senderistas que cogen el camino de Cirueches, van hablando a voz en grito y contando algunas cosas graciosas para ellos, rompen un poco el silencio que se da en el ambiente. Enseguida desaparecen de mi campo de visión y la quietud se vuelve a hacer presente.
Bajo desde la ermita hasta la orilla del agua. Al estar bajo el nivel del cauce se ven entre las piedras restos de lo que un día fueron los edificios del pueblo, en especial buen número de ladrillos se dejan ver. El ambiente como todas las veces que he estado a la orilla de un embalse que se llevó por delante un pueblo es irreal, la imaginación me hace ver donde estaba el pueblo y a aceptar con amargura que ahora esta todo cubierto de agua.
Me quedo unos minutos allí contemplando. Hay gente pescando a la otra orilla con esa inmovilidad que caracteriza a los aficionados a la pesca y las largas horas de espera para conseguir su objetivo.
Subo otra vez hasta la ermita, me dirijo a ver las antiguas eras de trillar y sus correspondientes pajares. La imaginación se pone otra vez a funcionar. En esas aparece un todo terreno por un camino lateral con varios ocupantes en su interior, no paran ni saludan al visitante, siguen su camino y desaparecen en lontananza al cabo de un par de minutos por el camino de Huérmeces.
Veo más allá un par de palomares y hacía allí que me dirijo. Nada especial, aguantan todavía, pero el tejado ya tiene severas grietas así que no será cuestión de mucho tiempo que se puedan venir abajo.
Por aquí cojo el camino primitivo que entraba a El Atance viniendo de Huérmeces. El cementerio aparece ante mis ojos, al otro lado del camino todavía visible la torreta del transformador de la luz ya un poco desmochada. Me adentro un poco más como si estuviera llegando al pueblo, piedras del cauce y vegetación es lo que ahora domina el terreno. Poco más hay que ver.
Me marcho de El Atance con una sensación difícil de explicar. Miro a las aguas del pantano y pienso en si de verdad era necesario cargarse una población serrana para dar satisfacción a unos cuantos. Según quien me contestara unos me dirían que si era necesario y otros me dirían que no se tenía que haber llegado a esto. Yo siempre apoyaría a los segundos, habría que haber buscado otras alternativas. Pero el daño ya está hecho y el bonito pueblo de El Atance ya no resurgirá de entre los muertos.
Miro por última vez a las aguas que invadieron los dominios de un pueblo y al que incluso le robaron hasta el nombre.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.

Aspecto parcial de la plaza mayor, el frontón a la izquierda.

Entrando a la plaza.

Calle Real.

Calle de la iglesia.

Calle de la Soledad. Al fondo la ermita.

Viviendas.



Placa informativa del traslado de la iglesia.




Interior de la ermita.



Transformador de la luz.

Era de trillar y pajares.

Palomares.
