
Ubicado a 665 metros de altitud en la cresta de una sierra, alrededor de una treintena de viviendas en sus buenos tiempos dieron forma a esta población cuyo trazado urbano se estructuraba en torno a dos calles, una principal vertebrada de oeste a este, quedando una plaza en medio y saliendo la otra calle de este espacio central en dirección sur.
Su nomenclátor señalaba que en los años 30 vivían en Sierra Estronad ciento veinte personas quedando reducidas a setenta y cinco en los años 50. A partir de aquí el descenso poblacional ya fue imparable.
Si tuvieron luz eléctrica en las casas pero sin embargo el agua lo tenían bien retirado, quedando la fuente a casi una hora de distancia, por lo que se abastecían de agua de lluvia que se recogía en una balsa.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de trigo y cebada principalmente, acompañándose la producción agrícola con viñas, olivos y almendros.
Llevaban a moler el grano al Molinaz, en término de Murillo de Gállego.
La aceituna la molturaban en el molino aceitero de Santa Eulalia de Gállego.
Las ovejas y las cabras conformaban el grueso de la ganadería del pueblo. Carniceros de Santa Eulalia y Ayerbe venían periódicamente a comprar los corderos.
Era costumbre matar un cerdo al año en época de matanza, en contadas casas aumentaba a dos el numero de animales porcinos sacrificados.
El conejo y la perdiz eran los animales de monte que abundaban en su término y que suponía un buen reclamo para los aficionados a la caza.
Contaban con leña de pino y carrasca para calentar la lumbre de los hogares.
Balsa de los Arañones
Barranco de Barratiella
Barranco de la Sierra
Barto
El Boalar
El Bocalete
El Común
El Meluso
El Solano
Fuente de la Poza
Fuente de la Sierra
Guisema
La Colladeta
Las Chacuelas
Los Barelletes
Los Pajares
Paco de la Zapata
Peña Obispo
Peña Soro
Punta de Barratiella
Val de la Poza
Viña Carbonera
**Son algunos topónimos de lugares comunes de Sierra Estronad que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**
Don Julián, el cura de Santa Eulalia subía con una caballería a oficiar misa casi todos los domingos.
También el médico llegaba desde la cabecera municipal cuando la situación era grave y tenía que visitar a algún enfermo.
Asimismo el practicante a la hora de poner inyecciones venía desde Santa Eulalia. En muchas ocasiones le evitaban la mitad del trayecto porque a medio camino entre los dos pueblos había un corral al que popularmente le decían la "clínica". Allí se encontraban el enfermo y el profesional sanitario.
Había cartero en el pueblo, Adolfo, el cual bajaba a Santa Eulalia a llevar y traer la correspondencia.
Para hacer compras se desplazaban a Santa Eulalia. En contadas ocasiones alargaban el viaje hasta Murillo o Ayerbe. Pero dicho pueblo de Ayerbe si era muy frecuentado por las gentes de Sierra Estronad en septiembre para la feria de San Mateo que duraba cuatro días. Estaba dedicada al ganado mular, vacuno y de cerda y a los comestibles. Días de gran ebullición social, de constante trasiego vecinal de todos los pueblos cercanos donde se dejaban ver desde charlatanes, quincalleros, tratantes de ganado, vendedores de vino a cómicos y teatreros que amenizaban el tiempo. Las gentes de la sierra aprovechaban para la compra venta de animales y a la vez que vendían excedentes de productos agrícolas compraban productos de primera necesidad que no tenían en el pueblo como arroz, azúcar, sardinas o fruta.
Celebraban sus fiestas patronales el 17 de enero en honor a San Antonio Abad (conocido popularmente como San Antón).
Se acostumbraba a matar un cordero o unos pollos de corral para compartir con familiares y allegados que venían de fuera.
Subía la juventud de Santa Eulalia a participar del día festivo.
El baile se hacía en el patio de una casa y estaba amenizado por los músicos de Agüero (Huesca) con violín y guitarra.
El aislamiento que tenían, unido a la lejanía de todo y la falta de algunos servicios básicos, con el añadido de buscar un nuevo aliciente con una vida alejada del mundo rural hizo que las gentes del pueblo iniciaran el camino de la emigración en los años 50 y rematado en la década de los 60. Algunos se quedaron en Santa Eulalia y otros dieron el salto a las ciudades: Zaragoza y Barcelona.
Jacinta Botaya fue la última de Sierra Estronad. Era viuda de Jesús (natural de Murillo de Gállego). Cerró la puerta de casa O Sordo en 1962 y se bajó a vivir a Santa Eulalia.
El pueblo permaneció vacío hasta el año 1987 con la llegada de un matrimonio holandés: Jacob y Josine que compraron en un principio dos o tres edificaciones con la idea de hacer un turismo rural sostenible con el Medio Ambiente. A últimos de los 90 adquirieron el pueblo al completo. A ellos se les unió un hijo: Jacob que dio un giro a la utilización de los terrenos del pueblo trabajando en la actualidad en la ganadería regenerativa.
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Visitas realizadas en enero de 2001 y octubre de 2023.
Informante: Antiguo vecino de Sierra Estronad (Conversación personal mantenida a la puerta de su casa en Santa Eulalia de Gállego).
Punto y aparte. No he encontrado grandes diferencias entre el Sierra Estronad de 2001 y el Sierra Estronad de 2023. Si ha mejorado con los años las edificaciones y el entorno destinado a uso y disfrute de los propietarios del pueblo, pero no en el Sierra Estronad inerme, decadente. Salvo la zona de entrada donde están las edificaciones destinadas a vivienda y usos comunes de sus moradores el resto del pueblo continua igual. La iglesia sigue en pie, lo mismo que el horno comunal, alguna casa en la plaza o ese sorprendente lagar ubicado en las afueras de la población. Es en la calle bajera que partiendo de la plaza se dirige hacia el sur donde esta el Sierra Estronad agonizante, decaído. Casas todavía en pie con bonitas fachadas pero a las que no se puede entrar a su interior. Avanzando por la calle el estado de ella es peor, vegetación, arbolado silvestre, muchas piedras caídas de los edificios que incluso no dejan ver el antiguo empedrado en algunos tramos, las fachadas sobreviven a duras penas, pero ya no es posible llegar hasta un precioso paso de calle bajo cubierto que estaba al final del vial y por el que se salía del pueblo. Siguen airosos balcones y bonitas portaladas dando la seña de identidad a lo que tuvo que ser un día un pueblo muy bonito.
Si en el patrimonio arquitectónico no he encontrado grandes diferencias entre mis dos visitas si lo he notado en el terreno humano. En aquella primera visita de un día invernal del 2001 no encontré a ninguna persona ni señales de que en aquel momento hubiera nadie en el pueblo. Bien es verdad que ese día hacía bastante frío pero no se veía ningún vehículo, ni salir humo de ninguna chimenea, ni un ruido en el interior de las casas, nada, todo en silencio. Pero en esta segunda visita de 2023 si me doy de bruces con los "holandeses" como son conocidos en Santa Eulalia. Cuando llego en esta tarde otoñal a Sierra Estronad Jacob Scheltus se está despidiendo a la puerta de su casa de unos allegados que han venido a pasar el día con él. Yo los veo y ellos me ven pero no intercambiamos palabra alguna. Cojo la calle principal que me llevara hasta la plaza y allí está Josine dando de comer a unos conejos enjaulados y unos corderos encerrados en un corral. Toda amabilidad y enseguida que advierte de mi presencia entabla conversación conmigo. Me cuenta algunos pormenores del pueblo y de la vida que llevan, de que su hijo Jacobin está con las vacas en los pastos. Me muestra el horno comunitario y me indica el camino del cementerio y de la fuente, aunque a está última desisto de ir porque según mi interlocutora queda bastante retirada del pueblo y escondida y si no se conoce el terreno no es fácil dar con ella. No voy sobrado de tiempo, pero si me acerco a conocer el camposanto, ubicado a poco más de quinientos metros del pueblo. Recios y altos muros lo dan forma con puerta metálica. El interior con un buen número de cruces presentes pero con el suelo marchito y agreste. Vuelvo otra vez para el pueblo, por allí sigue Josine con sus tareas, me dedica una agradable sonrisa y continuo caminando por el pueblo, bajo por esa calle perpendicular que sale de la plaza y que tuvo que ser inmensamente bonita a tenor de las fachadas que muestra. Camino hasta donde puedo, contemplo y observo detalles. Salgo al exterior, estoy en la parte baja, contorneo el pueblo y me sitúo en un extremo de la población. Las vistas son espectaculares desde Sierra Estronad. En la lejanía los llamativos Mallos de Riglos. Entro otra vez por la calle principal. Enseguida estoy en la plaza. Contemplo la iglesia, de diseño un tanto peculiar. Su torre- campanario es la que mira de frente, la puerta (cerrada) está en un lateral de la calle. Llamativa la escultura e inscripción sobre la dovela central. Un perro de buen tamaño se me arrima y será mi acompañante durante unos cuantos minutos en mi deambular por el pueblo. No veo a Josine (ni la volveré a ver en el tiempo que permanezco en el pueblo). La visita va tocando a su fin. La tarde está a punto de extinguirse. Me dirijo a la salida donde tengo el coche y aquí me encuentro con Jacobo que está a la puerta de su casa. ¡¡Te vi cuando llegaste y de eso hace más de tres horas y apenas te vas ahora, si que te lo has tomado con calma!! Es su saludo, que no se si tomármelo con ironía o como una impertinencia. Le manifiesto que no llevo tres horas en Sierra Estronad ni mucho menos y que a mi me gusta ver las cosas con calma, con detenimiento. Él echa una leve sonrisa y ahí queda zanjado el tema. Enseguida entablamos conversación sobre el pueblo, sobre como se lo encontró (totalmente comido por la vegetación) y del trabajo que ha ido haciendo durante estos años y que ahora es su hijo el que lleva toda la actividad con la ganadería. Me cuenta algunos pormenores sobre edificios y sobre alguno de los antiguos vecinos que llegó a conocer. Me despido de Jacob padre (no he llegado a conocer al hijo), se mete al interior de su vivienda y yo enfilo camino a donde tengo estacionado el coche. Voy mirando para atrás por si viera a Josine en algún rincón del pueblo para despedirme de ella con un saludo lejano pero no se da el caso. Y así doy por terminada mi visita a este precioso y pintoresco pueblo de sugerente nombre: Sierra Estronad. La conclusión que me queda es que es fácil entender porque se fueron, una constante que se repite: lejos de todo y cerca de nada.

Entrando al núcleo central del pueblo.

La plaza de Sierra Estronad.

La iglesia y Casa Prudencia.

La iglesia parroquial de San Antonio Abad.

Con el tiempo dejó de hacerse pan en el horno y subía el panadero de Santa Eulalia a venderlo con una caballería donde llevaba unas aguaderas de mimbre en la que transportaba los panes y algunos dulces como magdalenas o tortas.


La escuela.

Casa Juan Les.

Casa Antón.

Bonito rincón con el empedrado todavía visible.

Vivienda con patio antecediendo la entrada a la casa.

Vivienda.

Calle bajera.


Casa en estado ruinoso.

Pajares y corrales.

Lagar. De dos plantas.

Transformador de la luz.

Cementerio.
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