
Su considerable altitud, a 1420 metros sobre el nivel del mar, ya da una idea de los inviernos tan rigurosos que solían padecer. Diez o quince días totalmente aislados por la nieve (nevadas hasta de dos metros) donde apenas salían más que para dar de comer a los animales. Tenían abundante leña de pino y de carrasca para combatir los intensos fríos.
Ni la luz eléctrica ni el agua corriente llegó nunca a El Encebrico.
El progreso nunca se acercó por esta recóndita aldea albaceteña de la sierra del Segura perteneciente al pueblo de Paterna del Madera. Lo más que llegaron a disfrutar fue un carril de tierra para que pudiera llegar algún vehículo, el cual sustituyo a la senda de caballerías que tuvieron siempre, aun así llegó un poco tarde, a mediados de los 60, cuando ya apenas quedaban vecinos.
Sus tierras de cultivo estaban sembradas de patatas, judías, panizo y trigo principalmente.
A moler el grano iban indistintamente al molino de Paterna o al de Río Madera.
La ganadería se repartía entre ovejas, cabras y vacas. Tratantes de Elche de la Sierra, Paterna o Molinicos aparecían por allí para comprar corderos o cabritos.
El médico venía en casos extremos desde Paterna del Madera. En caso contrario era al enfermo al que le tocaba recorrer las dos horas de camino hasta el pueblo para ser visto por el doctor.
No hubo nunca escuela y solamente en diversos años era algún maestro rural de los que iban en aquellos años ofreciendo sus servicios por cortijos y caseríos aislados. Improvisaban un aula en alguna casa. Cada semana le tocaba a un vecino darle hospedaje (comida y cama). Los años en que no contaban con maestro enseñante no había escuela y los niños aprendían un poco de lo que les enseñaban los más mayores.
Para bautizos, comuniones o bodas se desplazaban a la iglesia de Paterna del Madera, a dos horas de distancia y una vez celebrado el acto religioso volvían a la aldea a celebrar el evento.
Tampoco nunca disfrutaron del servicio del cartero y era algún vecino que bajaba a Paterna a realizar alguna gestión el que se la subía a la aldea.
No aparecían vendedores ambulantes por allí y tenían que hacer tres horas de camino con las caballerías para llegar hasta Riopar, donde estaba el comercio y abastecerse de lo más necesario.
Celebraban su fiesta particular el 3 de mayo (La Cruz de Mayo). No había misa, se subastaban los rollos de la Cruz (dulces en forma de roscos grandes que hacían las mujeres de la aldea). Una comida algo diferente a otros días para agasajar a familiares y allegados venidos de fuera y un baile por la tarde en la era es lo que daba de sí el día festivo.
Los jóvenes acudían a las fiestas de Paterna del Madera y en alguna ocasión a las de La Vegallera.
Algunos domingos por la tarde hacían baile en el interior de alguna casa.
Ante un modo de vida tan austero la emigración lógicamente tenía que aparecer cuando se dieron las circunstancias para ello. Así en los años 50 y 60 se produjo el éxodo en busca de una mejor calidad de vida. Algunos se quedaron en Paterna del Madera y otros buscaron acomodo en las ciudades (Barcelona, Albacete, Bilbao).
Pero hay que decir que el recién empezado siglo XXI conoció existencia humana en la aldea con la presencia de Antolin Muñoz Moreno, el último de El Encebrico, persona amable y hospitalaria con los que por allí se acercaban, nunca quiso salir de su aldea, aguantó en solitario hasta el año 2004 en que su delicado estado de salud hizo que se lo llevaran sus familiares.
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Informante: Antigua vecina de El Encebrico (Conversación personal mantenida a la puerta de su casa en Paterna del Madera).
Visita realizada en junio de 2014.
PUBLICADO POR FAUSTINO CALDERÓN.
Punto y aparte. Mañana calurosa en mi visita a esta apartada y solitaria aldea. El camino para llegar es llevadero y aporta bastante sombra que se agradece al caminar. La fuente es lo primero que aparece. A doscientos metros las casas. Parece más una majada de pastores, puesto que dos amplios corrales son los que dominan la escena. El panorama de las casas es desolador, apenas queda mucho rastro de lo que tuvo que ser una sencilla y coqueta aldea serrana. Me da la sensación que la aldea tuvo que ser bonita cuando estuviera entera. Las viviendas se han venido abajo y en pocos años apenas quedaran los arranques de los muros. Solo la última casa que se cerró aguanta todavía en pie.
¡¡Como me hubiera gustado haber pasado una mañana con Antolín, el último de El Encebrico!!
Mientras paseas por lo que queda de aldea te imaginas lo difícil que tuvo que ser vivir en este lugar tan alejado de todo, con unos inviernos tan rigurosos. El silencio es absoluto. Piensas que poca gente se tiene que dejar ver por El Encebrico, tan solo algunos senderistas que utilicen el GR que por aquí pasa. La aldea se ve rápido, aun así la saboreo sin prisas, intento imaginar la vida allí. Cuando me voy llevo una mezcla de tristeza y de admiración por las gentes que fueron capaces de salir adelante en un medio tan adverso.


Eras de trillar y vista parcial de la aldea.



Viviendas. Los cardos presentes.






Lavadero y fuente de El Encebrico.